jueves, 5 de agosto de 2010

Cap. XXII


L
os sueños de aquella noche giraron en torno a la terrible figura del ahorcado. Luces de velas a punto de extinguirse bailaban en la imaginación componiendo un cuadro muy poco tranquilizador. Caminaba sin fin por interminables callejones al final de los cuales esperaba la oscilante figura del ejecutado. Aún no había luz cuando alguien me sacudió los hombros. Apenas estuve listo nos precipitamos fuera y caminamos apresuradamente por una serie de senderos que discurrían cerca del río, hasta alcanzar finalmente lo que parecía un secadero de hojas de tabaco.
El frío cortaba la piel de la cara viajando a lomos de una brisilla que traía el olor franco y bravío del campo. Rodeamos las paredes blancas y penetramos en el recinto por una puerta posterior vigilados por la mirada de un tipo encaramado en lo alto de la cubierta. Dentro había no más de cuatro personas. Enseguida reconocí la barba hirsuta de Venancio, que me saludó con un apretón de manos silencioso.
Los otros dos conversaban en voz muy baja en un rincón de la amplia y desolada estancia. Un hombre y una mujer. Imposible no reconocer el trasero redondo y proporcionado de Merche. No pareció sorprendida cuando me vio. Debió dibujárseme una sonrisa en el rostro.
- Vaya, no esperaba encontrarte tan pronto.
- Si un día te da una ceguera no sé qué será de ti.
Había olvidado aquella extraña habilidad de la mujer, pero ella se encargaba de recordármela sin demora. Estaba ojerosa y seguramente más delgada. Lo uno era completamente normal y lo otro le sentaba francamente bien.
- No sería nadie sin mis ojos, tienes razón.
No nos entretuvimos mucho en saludos. Venancio tomó enseguida las riendas de la conversación, que pasó a ser más bien un monólogo.

La consigna era permanecer agazapados y no abandonar los lugares seguros en unos días. Había interés en calibrar la reacción que se produciría tras una represalia de aquel calibre pero aquella era tarea de gente con más margen de maniobra.
- Como siempre, debéis emplear el tiempo en afianzar la seguridad, descansar lo más posible y mantener la artillería en buen uso.
No hubo más comentarios. Merche reinició la conversación con su acompañante y Venancio aprovechó para hacer un aparte conmigo. Se lo veía algo preocupado. . Se sentó sobre una estructura de madera que en otro tiempo debía haber servido para amarrar las bestias y echó a hablar con cierto aire ausente.
- Estoy al corriente de lo que ha pasado. No debes sacar conclusiones.
- Esos tipos van a encargarse de que se enteren hasta las chinches. Y la gente sí las va a sacar.
- ...
- Cosas de ese tipo nos sitúan al mismo nivel que esa partida de fascistas. Si yo fuera tú no las consentiría ni un solo segundo. Son el germen de la confusión, ayudan al enemigo y no tiene la más mínima utilidad, que no sea empujar a la gente en contra nuestra.
Cuando me di cuenta llevaba minutos soltando pestes por la boca, presa de un estado de excitación que no remitía. Venancio me miraba de hito en hito, a veces con alguna muestra de sorpresa en el rostro. Sonrió tristemente y respondió con un tono apacible y conciliador.
- No siempre tenemos a la gente que necesitamos. Pero nos hace falta ayuda. Alguna de esas personas ha pasado por experiencias que seguramente no conoces y no puedes calibrar. Eso no los deja pensar con claridad en ocasiones. Pero sí, tienes toda la razón, no lo voy a negar. Es terriblemente dañino.
Nos miramos directamente hasta que el silencio se hizo con su espacio. Merche miraba de vez en cuando haciendo nacer una sensación que recordaba de no hacía mucho tiempo. Venancio se acercó a los otros dos. Encajado en el ángulo de las paredes, dejé que el leve calor del sol naciente aliviara en lo posible el rigor de la fría mañana.
Poco después, el vigía lanzó un leve silbido desde la cubierta y enseguida hizo acto de aparición una mujer con el tranquilizador aspecto de quien acude a la compra. Venancio se hizo con un pequeño taburete en el que la invitó a sentarse. Permanecieron hablando largo rato. La mujer parecía tranquila y por la actitud de quien narraba y quien escuchaba deduje que no había ocurrido nada especialmente preocupante.
Finalmente Venancio acudió a la puerta, hizo una señal hacia afuera y despidió a la muer con un par de besos en las mejillas. Reanudó la conversación con su gente y después avanzó hacia mí parsimoniosamente.
- Están haciendo ruido, como los gallos, pero no muerden. Puede que haya servido de algo.
- Espérate a que el cura le largue una homilía a la gente.
Permanecía acurrucado en el ángulo de la pared cuando solté la frase, casi sin querer, con el sol bañándome y los brazos cruzados sobre el pecho. Venancio me miró con una expresión algo confusa, como si estuviera pensando algo que me interesara especialmente.
- Necesitamos gente. Gente con las ideas claras como tú, que no necesite de interminables charlas de formación. Creo que me entiendes.
- Lo mío no es recibir órdenes. Seguro que podéis encontrarme, así que cuando deba saber algo, sólo tienes que hacer que alguien me lo comunique.
No se molestó en contestar. Merche miraba en nuestra dirección mientras él se alejaba con paso cansino. De repente me sentía muy incómodo entre aquella gente, como si no consiguiera convencerme realmente de que eran los míos. Comenzaba a alejarme con una sensación que multiplicaba el frío cuando sonó la voz de Merche a mis espaldas. Los dos miramos estúpidamente hacia el suelo unos instantes y luego se aproximó.
- ¿Ha ocurrido algo?
- Nada. Ya nos veremos.
- Algo habrá ocurrido para que te vayas de esta manera.
- ¿De qué manera?
El tono de la respuesta hizo que me mirara con un gesto sombrío..
- No podemos iniciar un debate por culpa de un tipejo como ese. Uno menos.
- Ese no es el problema... Ya nos veremos. Cúidate.
- Tú también.
El peso de sus miradas iba en mi espalda cuando dejé, algo apesadumbrado, aquella nave con olor a tabaco.




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